Los entornos educativos del siglo XXI tienen el desafío re-orientar sus prácticas en función al juego, la experiencia y el disfrute por aprender. Menos repetición de contenidos y más acción y resolución de problemas en las aulas.
En otras palabras, que niñas y niños se sientan dentro de cada clase tan felices como cuando corren, gritan e inventan sus propios juegos durante sus recreos. La educación tiene que ser esencialmente motivación y recreación.
Como dice el profesor Eduardo Bustelo, “en el recreo, los movimientos son horizontales y comunicantes: es un estado igualitario de mínimas diferencias. Es un tiempo esencialmente diacrónico. El ‘re’ de recreación hace alusión a renovar, a ponerse continuamente en una actitud innovadora”. ¿Por qué no hacer del recreo una práctica constante en las aulas, donde el disfrute y la acción sean elementos indispensables para construir conocimiento? Re-crear personajes, situaciones de la cotidianidad y reescribirlas desde la mirada de niñas y niños es una oportunidad para formar en libertad.
Un reporte de McKinsey citado por el Foro Económico Mundial afirma que para afrontar los retos del mercado laboral durante la próxima década es preciso el desarrollo de una una habilidad fundamental: el “aprendizaje intencional”, es decir, aprender a aprender. Esto implica, que no todo esté dado en el aula, sino que exista ese deseo por ampliar sus conocimientos de forma autónoma y crear nuevas conexiones.
¿Cómo lograrlo? Adquirir esta habilidad implica despertar curiosidad y motivar la independencia en los aprendizajes. Una persona con ‘aprendizaje intencional’ es aquel que en cada experiencia cotidiana, conversación, tarea, encuentra una oportunidad para desarrollarse, crecer, conectar, crear. Es decir, aprender a aprender significa darle más importancia al proceso que el resultado, sin miedo a ser señalado por los errores.
Bajo este enfoque, la escuela no debería estar diseñada para asustar con exámenes, sino para ser un espacio que propicie experiencias novedosas, retadoras para el individuo, que le permitan re-crearse, re-construirse y re-significar su entorno para convertirlo en un lugar mejor para sí mismo y para las personas que le rodean.
Según el informe de McKinsey, “la curiosidad es la semilla de la inspiración, y es el primer paso hacia el auto aprendizaje”. En el recreo, el niño y la niña inventan juegos nuevos, roles, actúan en equipo, articulan un pensamiento complejo, la pasan bien, actúan como lo que son: niños y niñas. Las aulas deben romper filas y adoptar esa re-creación como parte de sus prácticas habituales, donde la curiosidad sea la chispa que incite a articular nuevos conocimiento.
El propósito final es que el niño o la niña no se canse de aprender. Con más re-creación dentro del aula, encontrará más motivaciones para hacer del aprendizaje un proceso autónomo, divertido, capaz de ampliarle su mentalidad y de establecer conexiones con el entorno que le rodea, con sus miedos, necesidades, gustos y anhelos.
Este enfoque no es una moda ni un discurso poético, significa el dominio de una habilidad que será fundamental para conseguir mejores oportunidades laborales en el futuro. Solo aquellos que puedan crecer en sus competencias de un modo más rápido serán capaces de capitalizar mejor las oportunidades (nuevas ocupaciones) que surjan en el futuro.
El regreso a clases en febrero próximo es oportunidad para repensar el cómo aprender a aprender, incorporando más tiempo para la re-creación, la curiosidad, el aprendizaje autonómico; rompiendo filas y adaptándose de forma creativa a los desafíos acelerados por esta pandemia.