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Disfrutar la lectura en familia

Cuando la lectura solo es producto de una obligación, sobreviene la pereza, la desmotivación y el libro pasa a ser la última opción, si es que se toma en cuenta, después del videojuego, la serie en Netflix, el tiempo en el centro comercial o de los ‘likes’ en redes sociales.

En esta era en la que abundan las pantallas, hacen falta espacios vitales en familia como compartir la lectura de un cuento, dar un paseo hacia la biblioteca más cercana del barrio o invitar a los más pequeños de la casa a la construcción de nuevos personajes y relatos, a partir de las páginas ilustradas de un libro infantil.

Entre más temprano sea el contacto con los libros, menor será el temor hacia las letras y menos ardua la transición hacia la escuela. La exposición al juego de las sílabas desde la infancia no enferma a nadie; por el contrario, facilita su proceso de alfabetización y la lectura se traduce en una actividad lúdica de la cual el niño no querrá escapar.

No se trata de escolarizar la lectura antes de que el niño llegue a primer grado ni de obligarlo a leer, sino de enamorarlo de las letras y de hacerle más fácil su camino hacia la escuela, a partir del juego que
representa la imaginación. Despertar el gusto por la lectura, desde los primeros años, implica desarrollar hábitos de escucha con el niño, proponer y no imponerle los textos, compartir y acompañarle en el proceso de construcción de relatos cortos y de estimular la lectura como un ejercicio
divertido, para pasarla bien. Para llegar a ese nivel de disfrute, se necesita tiempo y escucha, para que el niño encuentre en el libro esa herramienta que potencia sus capacidades de comunicación, lenguaje, escritura, imaginación y pensamiento crítico. Padres de familia: no tengan miedo a asumir el rol de cuentacuentos en la casa, de hacer las voces de los personajes, de sacar hojas blancas y lápices de color para trazar nuevos cuentos, en los que niñas y niños manifiesten sus emociones.

Sin ese placer por la lectura, cualquier enseñará a leer al niño , pero no necesariamente a disfrutar de lo que lee. Luego, no es de extrañar que estudios regionales de educación afirmen que la mitad de los estudiantes en Costa Rica aprueba primaria sin saber inferir ideas de un párrafo ni interpretar figuras literarias. Es decir, no comprenden lo que leen y cuando los malos resultados saltan a la vista, hogar y escuela se intercambian las culpas.


Si bien, la responsabilidad de enseñar a leer recae en la escuela, la familia cumple un rol fundamental en apoyar el hábito de la lectura. La labor de los padres de familia es fundamental y los cuentos como herramienta de juego, son capaces de sustituir las horas frente a un televisor que solo receta violencia, vicios y más violencia.

El poder de la palabra hablada es una herramienta que se debe aprovechar desde los primeros años de la infancia porque tiene la capacidad de hacer despegar la imaginación de los niños mediante personajes, historias ficticias y finales inesperados que surgen de la creatividad de los más pequeños de la casa. No permitamos que tantas pantallas y el ajetreo de la rutina nos roben las palabras y el tiempo para compartir unos minutos de libros y cuentos con los más pequeños. Los niños necesitan de un adulto que los acompañe a cuestionar su entorno, que los rete con preguntas, que ellos mismos sean capaces de plantear nuevos cuestionamientos, que creen nuevos personajes, que construyan nuevos escenarios y que sean críticos de la realidad que nos gobierna.

Solo así podemos influir positivamente en un modelo educativo que abandone el anticuado sistema de repetir sin comprender, sin descifrar, sin cuestionar, sumidos en la pereza de leer.

En palabras del poeta nicaragüense Rubén Darío: “Un libro es fuerza, es valor, es poder, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor”.
antorcha del pensamiento y manantial del amor”.