Escuchar sin juzgar y describir las emociones que sentimos a diario son dos prácticas necesarias en los hogares para cuidar la salud mental de las personas menores de edad. Cada día, el Hospital Nacional de Niños atiende al menos a un menor de edad con autolesiones. La ansiedad, la depresión y los trastornos en el control de impulsos detonan en acciones autoagresivas como cortarse, quemarse, arrancarse granos o piel de los dedos y hablar mal de sí mismos.
El doctor Max Figueroa, jefe del Servicio de Psiquiatría, Psicología y Neurodesarrollo del Hospital Nacional de Niños afirma que con la pandemia aumentó la cantidad de conductas autoagresivas en personas menores de edad. Por eso, destaca la necesidad de abrir más espacios de conversación en casa, con escucha activa y sin juzgamientos. Frente al regreso a clases, lo más importante es seguir con un cumplimiento estricto de los protocolos sanitarios, mantener la calma y hablar en familia.
“No contagiemos a nuestros hijos de ansiedad. Hay que tener cuidado en la forma de hablar, no ser alarmistas. Preguntar la opinión de niños, niñas y personas jóvenes, mantener la calma, transmitir esa calma a nuestros hijos, establecer una comunicación fluida. Que las personas menores de edad puedan hablar en la casa sobre cómo se sienten, sin temor a ser juzgados”, dijo el doctor Figueroa.
Desde que comenzó la pandemia, niñas, niños y personas jóvenes han visto disminuido su tiempo para la interacción social con sus pares, se han reducido sus espacios para el juego al aire libre, han cambiado hábitos en el hogar y todo esto no puede menospreciarse. Una crianza positiva implica empatía y escucha activa y no permitir que todo el día estén atados a una pantalla: llámese plataforma de streaming, televisión, chats en Internet o videojuegos.
Se debe entender que la conexión a una tablet, computadora o celular no es la respuesta para todo. Estar frente a un dispositivo tecnológico no los hará más inteligentes. La tecnología es un medio, y debe verse como tal. El niño o niña no puede quedar a la suerte de lo que salga en una pantalla y creer que con ello se cumplió el objetivo de educarlos a distancia. El fin máximo para la educación es la persona y, hoy más que nunca, se requiere de un rol activo de los padres de familia en la interacción con sus hijas e hijos.
¿Y si mi hijo no me quiere hablar? Hay que descubrir con quién y sobre qué habla la persona menor de edad (ya sea mediante un tío, una tía, la abuelita u otro amigo o familiar). “Preguntar sin amenazar. Hay jóvenes que no hablan debido a que tienen inseguridad o sienten que los adultos los van a juzgar”, afirmó el doctor Figueroa.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) también advierte de que la interrupción de servicios de atención a la niñez van más allá de lo educativo. Los efectos negativos implican daños en su salud física y menta durante la cuarentena. “Pueden volverse físicamente menos activos. Al estar más tiempo frente a una pantalla, desarrollan patrones de sueño irregulares y dietas menos saludables; y aún más importante, su salud mental puede verse afectada por la falta del contacto con compañeros de clase, amigos y maestros; es decir, la falta de socialización”, advierte el BID.
También hay que prestar atención y buscar ayuda cuando hay signos como irritabilidad, cambios bruscos en el patrón de sueño, cambios en la alimentación, cuando hay pérdida de interés sobre el futuro o cuando llora para expresar su frustración. “Esto no se debe confundir con que el niño quiera andar en pijama en la casa o que el niño sienta que está en vacaciones o haya cambiado un poco su patrón de sueño: estas situaciones forman parte de lo que vivimos por la pandemia”, explicó el doctor Figueroa.
Escuchar más y conversar más con la niñez en casa y generar estrategias de apoyo a los padres de familia (con especial atención a los hogares más vulnerables) es la única ruta posible para mitigar los daños en el desarrollo que provoca el confinamiento en las personas menores de edad. Caso contrario, los efectos serán devastadores.
Con el regreso a clases, las personas menores de edad retornan a un nuevo escenario desconocido; de ahí la importancia de un diálogo franco con empatía que les permita expresar sus emociones sin miedo, describirlas y cuidar su salud mental a partir del poder de las palabras.